El proceso de creación de un libro es extenso, pero tenerlo finalmente en nuestras manos como algo tangible y real resulta muy gratificante.
Todo comienza con un archivo o manuscrito; luego, a través de diversas charlas con el autor/a, se concilian ideas y se buscan diferentes referencias para comprender algunos parámetros que se deberían considerar. Aquí entra en juego mi acompañamiento, ya que quizás las referencias u objetivos del autor/a no sean los más adecuados para su obra. Esto es vital, ya que si no se identifica, el proyecto podría exceder el presupuesto o los tiempos establecidos.
Posteriormente, es fundamental leer el manuscrito; no se puede diseñar algo que no se conoce. El uso de plantillas predefinidas para el diseño de un libro rara vez da buenos resultados.
Los procesos de diseño requieren mucho trabajo de investigación, búsqueda de referencias y desarrollo conceptual. Teniendo toda esta información en mente, se desarrolla el concepto que nos guiará como una brújula a lo largo de todo el camino; también funcionará como una alarma para cuando nos desviemos.
En el caso del diseño de este excelente libro de Emanuel Facello, la búsqueda conceptual tiene que ver con una partitura que se abre frente a nuestros ojos, jugando con las palabras y dándole énfasis casi musicalmente a la lectura.
Todo en un libro se diseña: su tamaño y proporción, sus márgenes, la distribución de los elementos del diseño -texto e imagen- hasta el muy temido espacio en blanco que da un respiro a nuestra composición. Otras decisiones, como qué tipografía usar, tamaño de la misma y espacio entre líneas, se suman para lograr el objetivo más claro de un libro; que se lea de manera cómoda, por eso, se dice que el diseño debe ser casi invisible para realzar su contenido y no competir con el mismo.
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